Restaurante

Comer en la Hacienda Huayoccari es disfrutar de la hospitalidad de una familia tradicional peruana. Cada comensal, esté solo o en un grupo de cientos de personas, es recibido por un miembro de la familia. Aquí lo espera la auténtica comida casera del Perú, sea en el salón privado, con las tallas y cruces coloniales que alegran sus paredes, o en el gran salón, con jarros y platos de cerámica vidriada colonial desde el suelo hasta el techo, rodeado de ventanales que dan al jardín, con una inigualable vista a la quebrada de Urquillos y al Valle Sagrado.

Para su máximo confort, cada grupo dispone de su propio buffet en un área diferenciada, o es atendido en el salón reservado para grupos pequeños. Cada buffet está colmado de fuentes de decoración sencilla y precisa, samovares con fragantes guisos, ensaladas vibrantes con verduras de la chacra. “Es comida de casa. Como la haría tu abuela”, explica Ana María Barberis, quien ha compuesto la carta en base a sus recetas familiares y a las de su suegra, María Cristina Orihuela de Lambarri. La sencillez de estos manjares peruanos es solo aparente; hay laboriosidad, horas de preparación y sabiduría detrás de cada plato. Esta sazón auténtica y casera es hoy en día algo difícil de encontrar.

Aquí están los clásicos peruanos, como una exquisita causa con trucha y atún, un sabroso ají de gallina o un suculento lomo saltado, pero también platillos regionales como la sara lawa (crema de choclo andina) o una tierna, sabrosa chuleta de chancho con un capchi de habas preparado tal como se come en una casa cusqueña. Platos como el enrollado de pollo en salsa de sauco o la trucha al vapor con salsa de alcaparras permiten disfrutar las delicias locales en su máxima expresión. Cierra con broche de oro una selección de primorosos postres tradicionales, como el volador, el merengado de chirimoya y el cheesecake con sauco de la hacienda. Los acompaña una infusión de hierbas del huerto o una taza del peruanísimo café pasado gota a gota, oscuro e intenso. Desde el inicio hasta el final, es así como se vive una comida en casa de una antigua familia peruana. La chimenea se enciende por las noches para calentar los corazones.